sábado, 9 de diciembre de 2006

Totalitarismo moral

por Sebastián Hadida
(com. 50)

La soberbia es una formación social, no viene impresa en el mapa genético de la persona. La naturaleza sólo dicta al hombre necesidades universales de alimentación y reproducción, en tanto el resto se circunscribe a la matriz cultural. Por eso, no hay que soslayar la responsabilidad de aquel que absolutiza las formas inherentes a la propia cultura. En este sentido, la moral puesta al servicio del egocentrismo es totalitaria. Su arte estriba en motorizar y justificar procesos de avasallamiento de la otredad cultural.
Como decía el paleontólogo y filósofo francés Teilhard de Chardin, “nosotros somos nuestro peor enemigo”, pero la actuación de la soberbia y el miedo a las identidades alternativas redunda en la figuración de la adversidad en el Otro, como si ésta no emanara de uno mismo. El corolario de esta falsa conciencia es el aumento de la conflictividad entre culturas.
El célebre teórico de la filósofía política Samuel Huntington plantea en su famoso ensayo “El choque de civilizaciones” que el reconocimiento de un “Otro enemigo” es condición fundamental para la construcción de la propia identidad (que se define negativamente). “Los enemigos son esenciales para los pueblos que están buscando su identidad y reinventando su etnia, pues sólo sabemos quiénes somos cuando sabemos quiénes no somos y, muchas veces, cuando sabemos contra quién estamos”.[1]
Las identidades culturales, arguye Leonardo Boff, uno de los fundadores de la Teología de la Liberación, no son estructuras cerradas, dadas una vez y para siempre (como pretende Huntington). Esa definición se adecuaría a sociedades aisladas, sin puntos de contacto entre sí, lo cual no resiste al menor análisis en un mundo cada vez más atravesado por las coordenadas de la globalización.
De tal suerte, las representaciones identitarias son el producto siempre inconcluso de procesos dialécticos de construcción de imaginarios colectivos. El hermetismo cultural que predica Huntington fomenta expresiones no sólo de ensimismamiento social sino también, y más todavía, de intolerancia cultural (¡lo cual no puede ser más patente siendo que el autor propugna la identificación de enemigos para deslindar la propia autenticidad, como si la responsabilidad sobre lo que somos y lo que queremos ser residiera afuera!).
En el cuento “La Casa de Asterión” de Borges, el Minotauro, que está exento de soberbia (de hecho recrimina a sus detractores que lo acusan como tal), no puede resolver las contradicciones de su unicidad, de su propio mundo representado, que oficia de prisión. Sin embargo, no responsabiliza al otro de su desdicha, no opera en él la soberbia.
El laberinto “sin cerraduras” en que Asterión se confina (pero no puede salir) no es sino su mundo interior, la representación imaginaria de la realidad que le toca vivir. Pero aunque este mundo le sea propio (“Quizá yo he creado las estrellas y el Sol y la enorme casa, pero ya no me acuerdo”), comprende su incapacidad para abrazar sus infinitas posibilidades, es decir, es fatalmente consciente de la intangibilidad de lo eterno.
La conciencia de la ininteligibilidad de lo universal es la fuente de sus angustias y de sus deseos de sustraerse a su realidad. “El Otro Asterión” es precisamente la representación que él convoca para abstraerse de la aflicción que le produce la conciencia de sus limitaciones. Pero esa descentración, ese “jugar a ser otro”, es una anestesia pero no la cura. El Minotauro lo sabe y es por eso que aguarda la llegada de su redentor, quien lo llevará a “un lugar con menos galerías y menos puertas”. Como decíamos, Asterión no se piensa superior (en todo caso único, como todos). El redentor, Teseo, es un simple hombre, pero, lo mismo, el Minotauro asume su indefensión y casi no ofrece resistencias.
Como vemos, el conflicto se desata en el interior de la propia cultura. Se trata de la lucha de Asterión consigo mismo. Él es su propio enemigo y en tal caso el plano de la moral desaparece, deja de ser un dato. Emerge con fuerza inusitada cuando el conflicto es de carácter intercultural, cuando se proyecta sobre el otro las formas impuras del ser y se proclama la universalidad de los propios valores.
El pensador Francis Fukuyama hace gala de este maniqueísmo universalista al decretar “el fin de la historia”, el cual comporta el cese de la evolución ideológica del mundo y la consagración del paradigma capitalista-liberal-democrático como orden superior y definitivo, más allá del cual no hay nada. Según el filósofo, en la sociedad post-histórica los conflictos internacionales se reducirán o desaparecerán.
La experiencia enseña la falacia de esta teoría de carácter apologético a partir del recrudecimiento en los últimos años de los conflictos y la proliferación de expresiones subalternas que dinamizan la negación de la superestructura hegemónica.
Más allá de la arrogancia moral que se manifiesta en el plano de de las ideas, la crisis sobreviene cuando se trasladan los dogmas absolutizantes al terreno de la praxis. Es decir, el conflicto intercultural ya instalado por la prepotencia moral se agudiza cuando se procura imponer a la fuerza los ideales propios (que legítimamente pueden ser considerados válidos para la propia sociedad) sobre sistemas sociales que comparten códigos de significación y modelos de desarrollo político-normativo diferentes.
En las películas “Dogville” y “Manderlay”, el director Lars Von Trier denuncia la intervención de una moral advenediza en el devenir de sociedades estructuradas con arreglo a lógicas normativas alternativas.
En “Dogville”, la protagonista Grace llega a un pueblo extraviado en algún confín de las Montañas Rocosas de Estados Unidos escapando de una banda de gángsters. En un principio, los habitantes, que no están familiarizados con el intercambio social más allá de las fronteras de su comunidad, se mostraron renuentes a aceptar a la fugitiva. Finalmente, resuelven mediante un plebiscito la incorporación de Grace a la comunidad gracias a la insistencia de Tom, suerte de interlocutor o vocero del pueblo. A cambio, la joven se compromete a cumplir servicios domésticos en cada hogar.
No obstante el inicial entendimiento, la convivencia se torna difícil para Grace cuando se difunde la noticia de que se ha puesto precio a su cabeza. Es entonces cuando los pobladores querrán cobrar el precio del riesgo que corren al esconderla y Grace se convertirá en objeto de constantes violaciones y todo tipo de humillaciones. La tensión irá in crescendo hasta que el padre de la chica llega a buscarla, acompañado por su séquito de gángsters.
En un superlativo final, Grace sostiene un duelo verbal con el padre, que la incita a cobrar venganza por mano propia. El mafioso pone a disposición de su hija el poder represivo de sus hombres, pero ella rechaza el ofrecimiento porque cree en la inocencia inherente a la condición humana. Luego él apunta que los hombres son como perros. Grace replica que “los perros no pueden elegir su naturaleza” y es necesario perdonarles. Pero el padre, persistente, tiene una carta guardada. Le dice a la joven que “a un perro se le pueden enseñar muchas cosas buenas, pero si se le excusa una y otra vez, sigue su instinto”.
Cuando Grace comienza a cuestionarse acerca de la responsabilidad de los lugareños, el gangster redobla la apuesta y la acusa de arrogante. Sostiene este juicio diciéndole a la hija que es una moralista tan irreprochable que no hay nadie que pueda competir con ella en probidad. Desde esa posición arrogada de superioridad –continúa el padre para el estupor de la chica-, se cree idónea para indultar a quienes no pueden discriminar entre el bien y el mal. A partir de estas palabras, ella llega a la conclusión de que si hubiera vivenciado las circunstancias de aquellos, habría obrado de la misma forma y, en ese caso, lo más justo hubiera sido que alguien la hiciera responsable por sus actos. Tras este rodeo, Grace da la orden de ejecutar a todos los habitantes del pueblo.
Esta drástica sentencia plantea una paradoja irresoluble. Por un lado, el argumento del padre se nos presenta como suficientemente convincente. Grace, al ponerse a la altura de los pueblerinos, se desprende de la arrogancia que le atribuye el padre e imparte justicia. No obstante, si tomamos distancia, nos damos cuenta de que Grace es una outsider que se inserta en una comunidad ajena sin haber sido convocada. Un sistema social saturado de anomalías, por cierto, pero en todo caso éstas son anteriores a su llegada y no hubo nadie que hubiera contratado sus servicios de idoneidad judicial para extirparlas. Por otra parte, habría que revisar si la ley de venganza que Grace invoca se adecua en este caso a los criterios de justicia o si, avasallando a ésta, convierte a la víctima en victimario.
Esta segunda interpretación es la que nos interesa para trazar una analogía con la política exterior de Estados Unidos. No hay que olvidar que la ofensiva ocupacionista en Afganistán se desencadenó inmediatamente después del atentado a las Torres Gemelas del 11 de septiembre del 2001. Evidentemente, se trató de una venganza “legitimada” por la sed de desquite de un pueblo norteamericano golpeado y por demás soliviantado a través de la interpelación al patriotismo que ejercieron los medios masivos de comunicación. Por otra parte, la ofensiva se emprendió invocando el discurso efectista que sacraliza los valores de libertad y democracia, a efectos de obtener cierta cuota de legitimidad para interferir en asuntos externos.
En “Manderlay”, la segunda parte de la trilogía que se completará con “Washington”, la metáfora del imperialismo resulta más elocuente. Tras abandonar Dogville, Grace y la banda de maleantes de su padre se dirigen hacia el sur del país en busca de nuevos pagos donde imponer la ley de la mafia. En el camino, se topan con una pequeña plantación en el sur del Estado de Alabama que resulta ser un resabio del régimen de esclavitud abolido sesenta años atrás. Indignada, Grace decide quedarse para desarticular el sistema e imponer una nueva forma de organización. Un grupo de gangsters y un abogado la acompañan en la empresa.
Al instalarse en Manderlay, Grace desobedece la súplica del padre, quien le recuerda la anécdota del canario que al ser liberado de su jaula por descuido, murió, por haber sido criado en cautividad. Pero ella sostiene que la esclavitud, es decir los esclavos, son una creación de los blancos, y que por ende tienen que asumir la responsabilidad de integrarlos a la sociedad.
Pese a los sinceros esfuerzos de Grace, los ex esclavos no se adaptan a las nuevas condiciones de libertad, no pueden cristalizar el deber-ser que se espera de ellos. Cuando eran esclavos, si bien su vida no destilaba brillo alguno, al menos estaba resuelta bajo el amparo de la tradición. De hecho, antes de la llegada de su redentora, podían vulnerar fácilmente el cerco que los encadenaba, pero preferían no correr el riesgo porque sentían que aún no estaban preparados para insertarse a la sociedad capitalista.
Se trata, ni más ni menos, de una renovada modalidad de esclavitud, dado que el nuevo régimen rector de la vida social no fue sometido a voluntad popular. Se dirá: “les estamos dando democracia y no nos agradecen”, pero este concepto no puede ser reductible meramente a un modelo jurídico de organización ya que anida, también, el principio de representatividad. Ese orden jurídico, si acaso es mejor (lo cual no vamos a discutir en este ensayo), debe ser alcanzado por la sociedad en que ha de ser instaurado, más de nada sirve que sea implantado arbitrariamente por fuerzas exógenas, ya que tal acción sólo puede deparar crisis.
Podemos advertir cómo la misma lógica interviene en la política imperialista de Estados Unidos. Los ataques “preventivos” y ocupaciones directas en Irak (y también en Líbano y Palestina a través de su filial en Medio Oriente) son emprendidos en el nombre de la democracia y la libertad, valores que identifican como el género más elevado de la humanidad, el tótem de la civilización. Más allá de los fines económicos que encubre la empresa imperialista del neoconservadurismo y los de “la cruzada contra el terrorismo”, la misión democratizadora –que se imbrica con aquellos- ha demostrado ser un fracaso. La situación en Medio Oriente e Irak se ha desbocado. Los enfrentamientos entre sectas religiosas se han intensificado, la cantidad de bajas militares estadounidenses ha aumentado. Ni hablar del exterminio de civiles inocentes. Como decíamos, en nombre de la democracia y la libertad. En este caso, eufemismos de guerra y muerte.
En Latinoamérica la actitud misionera e intervencionista de Estados Unidos se repite. El Corolario Roosvelt (interpretación del presidente Theodor Roosvelt de la Doctrina Monroe), que data de 1904, planteaba que Estados Unidos se reservaba el derecho moral a inmiscuirse en la política y economía de los países latinoamericanos, puesto que éstos conformaban su “área de influencia”. La Doctrina de Seguridad Nacional, ideada por el gobierno de Estados Unidos como producto de la Guerra Fría, fue el andamiaje ideológico que sustentó la ejecución de operaciones antisubversivas a lo largo y ancho de Latinoamérica (incluyendo golpes de Estado). También en la estela de doctrinas de seguridad, se prepararon ocupaciones directas en países de Centroamérica durante gran parte del siglo XX. La Escuela de las Américas, ubicada en Panamá, fue un centro de entrenamiento organizado por la CIA (y con una participación significativa de oficiales argentinos) que adiestraba a las fuerzas contrarrevolucionarias acerca de los métodos de extorsión, espionaje y tortura necesarios para “salvar al continente del la amenaza comunista”.
Es significativo el hecho de que actitudes de arrogancia se repiten en todas las sociedades, en mayor o menor medida. Como enunciamos en el primer párrafo, la soberbia no es un atributo natural al hombre sino más bien una regla (la cual, ateniéndonos al sistema de categorías del antropólogo Claude Levi-Strauss, corresponde a la dimensión cultural). La peligrosidad de estas experiencias de sublimación de la propios valores y de prejuicio respecto al distinto se potencia en las estructuras sociales que detentan el poder, en la medida en que éstas tienen mayores recursos para traducir la arrogancia moral a procesos activos de depredación de la alteridad identitaria.

[1] Samuel Huntington, “La nueva era en la política mundial” en El Choque de Civilizaciones, Cap.1, pag. 20.

La pereza: el terrible y cotidiano arte de la desmesura

por Lucía Alonso
(com. 50)

Como tantas otras instituciones o categorías, “los pecados tradicionales siguen estando presentes en nuestra vida diaria”, afirma Fernando Savater en su libro Los siete pecados capitales. Claro está que con el transcurso de los años, incluso de los siglos, se operaron profundas transformaciones a nivel político, cultural, económico, religioso y todo ello volcado en el ámbito de social en el que se encontraba inserto el individuo, lo cual generó también cambios en la noción y los usos de pecado capital, conocido como la transgresión voluntaria de la ley divina o alguno de sus preceptos.

Los pecados de la soberbia, pereza, gula, envidia, ira, avaricia y lujuria son conceptos que se relacionan constantemente con el correr de nuestra vida común, ya que en ellos se mezclan cuestiones no sólo religiosas e históricas, sino también económicas, sociales y artísticas, junto con otros factores que tienen que ver con el mundo actual. A todo lo que hacemos, a todo lo que cometemos, sea bueno o malo, siempre le podemos encontrar cierta relación con alguno de los pecados tradicionales. Quizás porque “nuestra sociedad de consumo, que nació como tal en el siglo XVIII, vive gracias a los vicios”, como estableció Bernard de Mandeville, en su obra Vicios privados, virtudes públicas; o simplemente porque todos sabemos que la sociedad se basa en el hecho de que todos deseamos cosas, relacionadas con la carne, el afán o el lujo. Y, paradójicamente, los pecados se constituyen como una especie de advertencia sobre cómo administrar la propia conducta, sobre los peligros que puede acarrear la desmesura frente a lo deseable, una tentación a la cual todos estamos sujetos hoy en día debido al sistema y tipo de sociedad consumista en la que vivimos.
Frente al conjunto de los siete pecados, uno de los más interesantes y hasta misterioso, debido a su pasivo y noble carácter, es el de la pereza, conceptualizado como negligencia, tedio o descuido en las cosas a que estamos obligados. La intriga que despierta saber que la pereza es un pecado capital se debe probablemente a la vulgarización de tal concepto frente a su definición original. Calificamos de perezoso a quien duerme mucho, a quien no estudia, al “vago” por naturaleza, por lo cual su uso cotidiano es bastante general. Sin embargo, esta simple “pereza” -o incluso el ocio- no son los que constituyen una falta, sino la incapacidad de aceptar y hacerse cargo de la existencia en cuanto tal, de ahí que se reconozca a la pereza como el más metafísico de los pecados. También se la conoce como acidia o acedía, una tristeza de ánimo que aparta al individuo de las obligaciones espirituales y divinas, o sea, de todo lo que Dios prescribe. Entonces, sentir desgano, aversión y disgusto por tales obligaciones resulta pecaminoso. Significa el aburrimiento sentido frente a la existencia toda, no asumir el trabajo que nos exige la vida y, por consiguiente, la transformación de la vida humana en un vacío. Luego sí, la ociosidad es uno de los tantos otros efectos de la pereza, por eso es que vemos a determinadas actitudes “normales”, ya que todos sentimos placer por las comodidades y los placeres mismos, como pecaminosas, por lo general a la hora de efectuar algún reto o crítica, debido al contenido negativo que posee la caracterización de alguien como “perezoso”, o su sinónimo diario, “vago”.
Resulta necesario igual tener en cuenta que el concepto de pereza fue perdiendo su significación religiosa para convertirse en una ofensa contra la economía, de ahí la existencia de ciertos refranes como “al que madrugada Dios lo ayuda” o que sea común decir que “el tiempo es dinero”, y que, por lo tanto, la pereza es mala porque es tiempo perdido. Esta “resignificación” es esencial para efectuar el siguiente análisis.

Uno de los modos más interesantes para analizar el concepto de pereza es mediante el análisis literario. En este caso, la obra escogida pertenece al escritor Franz Kafka y se titula La metamorfosis. El texto, de por sí altamente autobiográfico, tiene como personaje principal a Gregor Samsa, un viajante de comercio que tiene como objetivo principal de vida trabajar para pagar las deudas de su familia. Samsa es una persona solitaria y generosa, que piensa en el bien de sus padres y su hermana, y que por eso trabaja mucho, a pesar de que su profesión le resulte agobiante. Sin embargo, una mañana se despierta convertido en un repugnante insecto, en una cucaracha, y a partir de dicha metamorfosis es que cambiará totalmente el rumbo de su vida, y el de su familia; ese es el hecho principal en el que se basa el cuento. Más allá del cambio físico que experimenta el personaje, lo que Kafka quiere mostrar es el cambio de mentalidad que eso le genera, además de las condiciones de aislamiento y hostigamiento a las cuales, por esa transformación, se encuentra sometido Samsa, en eso reside el contenido autobiográfico del autor.

En la primera parte del texto es muy claro de ver las presiones a las cuales estaba sujeto el personaje: “¡Ay Dios, pensó, qué profesión fatigosa que he elegido! Día tras día, siempre de viaje. Las preocupaciones del trabajo son mucho mayores cuando se viaja que si uno se queda en la tienda; y además, todo el ajetreo, los problemas que acarrean siempre las combinaciones de tren, la comida mala e irregular, las relaciones siempre transitorias, nunca duraderas, que jamás llegan a ser cordiales y humanas. ¡Que se vaya todo al demonio!”[1]. En esta cita se puede apreciar el desgaste y la presión laboral en que se hundía Samsa todos los días, a causa de la presión que tiene también por el lado familiar: “De no ser por mis padres, hace tiempo que habría renunciado (…)” (pág. 23). Sin embargo, en todos los planteamientos que se hace el personaje subyace la idea, propia del sentido común, de que es imposible cambiar el curso de las cosas, de que uno está obligado a cumplir con sus obligaciones y no tiene otra salida: “¿Y si diera parte de enfermo? Eso resultaría muy penoso y además despertaría sospechas (…) Seguramente se aparecería el jefe con el médico de la mutual, les haría reproches a los padres por la pereza del hijo, y rechazaría todos los argumentos remitiéndolos al médico de la mutual, para quien todos los hombres están sanos pero no tienen ganas de trabajar” (pág. 24). Aquí se ve cómo todo acto “anormal” despierta sospechas, y éstas derivan en acusaciones de pereza, ya que todo el que no trabaja peca de perezoso.

Así es como se conforma el entorno de Samsa, se plantean las presiones a las que se encuentra sometido, y el cambio repentino que sufre al despertarse como un insecto que ya no puede cumplir con dichas obligaciones, y que tiene que encontrar la manera de seguir con el mismo ritmo de vida. Porque es de destacar que el protagonista, aún en el estado en que se encuentra, quiere ir a trabajar, está tan obligado a ello, que busca todas las formas de, por un lado, evitar el encuentro con su familia y el gerente que lo acosan para saber qué le sucede que ese día no fue a trabajar, y por el otro lado, movilizarse para tomar el tren y cumplir con sus horarios, lo cual resulta bastante irónico teniendo en cuenta que ya no es un ser humano, sino un bicho: “momentáneamente puede uno sentirse incapacitado para ir a trabajar, pero es entonces cuando hay que tener en cuenta los servicios anteriores, con el convencimiento de que, una vez superado el inconveniente, uno va a trabajar con mayor energía y concentración. Yo tengo muchas obligaciones con el señor jefe (…), tengo que ocuparme de mis padres y mi hermana. Estoy en un aprieto, pero ya conseguiré salirme de él” (pág. 34). Ahora, es en este convencimiento en el que se puede encontrar el sentido del texto: Gregor Samsa desea ir a trabajar, pero no puede, porque inconcientemente ya no soporta más la presión laboral y familiar que lo someten, y por lo tanto se transforma, un poco metafóricamente, en un insecto para romper con su normal ritmo de vida. Se convierte en una cucaracha, y, de algún modo, encuentra en ese estado la satisfacción de verse necesariamente obligado a cortar con la rutina de trabajo. En esa idea se puede resumir lo que Kafka busca representar: de algún modo, su “pereza”, su imposibilidad para trabajar, su metamorfosis, es el único modo que tiene de rebelarse contra el sistema.

Sin embargo, dejando a un costado este “sentido visible” de la obra, es posible realizar una “vuelta de tuerca” sobre el texto, para dar cuenta de otra idea que lo subyace, esa que se relaciona con el estado nuevo que asume el protagonista y la supuesta pereza de la que peca. Porque es evidente que existe una profunda conexión entre estas dos “instancias”, una conexión que no se muestra en forma explícita, pero que es posible descubrir analizando dicha relación.

Por un lado, Gregor Samsa se despierta ya no como un ser humano, sino como un insecto, o sea como algo totalmente despreciable, de ahí que no sea casual el que se transforme en cucaracha, y no en perro, por ejemplo. El estado que asume tiene la particularidad de ser desagradable, asqueroso, repugnante para todo ser humano, además de ser completamente inservible, ya que es sabido que las cucarachas no cumplen ninguna función útil para los hombres. Por otro lado, en relación a esto último, Samsa se encuentra con que ya no puede ir a trabajar, es un animal, pero sigue sujeto a las presiones laborales y familiares, por lo menos hasta que la familia y el gerente se dan cuenta de su metamorfosis. Es interesante ver en esa parte del relato, en que todavía nadie sabe nada de lo que le sucede a él, cómo se altera su entorno: de una parte la familia, que no entiende cómo el hijo no se levantó temprano para tomarse el tren y se preocupa, no tanto por él, sino por ellos que dependen económicamente de sus esfuerzos, y hasta se aprovechan de eso; y de otra parte el gerente que tampoco entiende cómo Gregor se toma el atrevimiento de actuar de esa manera tan mal vista por la cual se lo juzga.

Volviendo a lo anteriormente dicho, entonces, no resulta arbitrario el cuerpo que adopta el protagonista y su imposibilidad para trabajar: se lo ve como un insecto, como a un monstruo, precisamente por esa incapacidad, su inutilidad es la que justifica ese estado. Esto se aprecia claramente en la tercera parte del texto cuando los padres se dan cuenta de que no lo necesitan, que lo que era su hijo, ahora que ya no los puede mantener, se vuelve un estorbo: “¿Quién de los miembros de aquella familia exhausta, agobiada por el trabajo tenía tiempo de seguir ocupándose de Gregor más que lo imprescindible?” (pág. 59). Incluso llegan a sentir vergüenza por él: “Lo que detenía sobre todo a la familia era más bien la total desesperación y la certeza de que ninguno de sus parientes o conocidos sufría una desgracia tan grande como la de ellos” (pág. 59). Así se va produciendo una separación cada vez mayor entre los sentimientos que unían a la familia con Gregor, hostigándolo cada vez más, hasta llegar a querer deshacerse de él: “Tenemos que tratar de librarnos de eso. Hemos hecho todo lo humanamente posible por cuidarlo y soportarlo (…)”, “‘Tiene que irse’ exclamó la hermana, ‘esa es la única salida, padre. Sólo tienes que tratar de desprenderte de la idea de que se trata de Gregor’ (…) ‘¿cómo es posible de que eso sea Gregor? Si lo fuera, hace tiempo que se habría dado cuenta de que es imposible que seres humanos convivan con semejante bicho, y se habría marchado por su propia cuenta’” (pág.68). Finalmente, Gregor termina muriendo, quizás no tanto por las heridas físicas que había sufrido, entre ellas golpes de su padre, sino más bien por el abandono y la humillación al que lo había expuesto su familia, tratándolo como a un insecto.

Queda claro de este modo, más allá de otras posibles interpretaciones que surjan de la obra, que, en forma subyacente, existe una profunda relación entre la metamorfosis que sufre el personaje y su consecuente inutilidad, su “pereza” para llevar a cabo sus actividades corrientes, para contribuir al sistema capitalista. Esta conexión no se ampara sólo en lo dicho aquí, sino precisamente en todo el ámbito social que la reproduce, ya que es en las sociedades actuales en las que se desarrolla esta visión o caracterización prejuiciosa de “perezoso” a todo aquel que no trabaja y que, por lo tanto, no sirve ni cumple ninguna función considerada útil. “El gran planteamiento de los pecados pasa por la mesura y la desmesura que lleva a lo monstruoso”, dice el sacerdote católico Hugo Mujica. En este caso, en la obra de Kafka, lo monstruoso se vuelve tangible con la metamorfosis del cuerpo de Gregor Samsa, para dar cuenta de la desmesura y la monstruosidad a que conlleva el pecado de la pereza.



[1] Kafka, Franz, La metamorfosis, Cántaro editores, Bs. As., 1997, pág. 22. Cito siempre por la misma edición.

Los pecados que ya no son

por Diana Martínez Herrera
(com. 50)

Todos han oído hablar de los pecados capitales, pero lo que no muchos saben es que estos conceptos fueron mencionados por primera vez por Santo Tomás de Aquino (1225-1274) en su obra “Suma Teológica”. Los llamó así no por la magnitud del pecado o porque merecieran la pena capital, sino porque de ellos se desprendían otros pecados. Según Savater, “por eso el gran planteamiento de los pecados pasa por la mesura y la desmesura que lleva a lo monstruoso”[1]. Los pecados capitales son siete: la soberbia, la avaricia, la lujuria, la ira, la gula, la envidia y la pereza.
Cuando comencé a reflexionar acerca de los pecados capitales, lo primero que vino a mi mente es que éstos ya no condicen realmente con el sistema capitalista actual; los pecados no se consideran como tales hoy en día, sino que se los utiliza más bien como adjetivos calificativos, una forma de ser o una actitud. Aunque los extremos no son bien vistos, ya nadie es condenado o estigmatizado por desear lo que otra persona tiene o comer golosamente un chocolate. De hecho, la mayoría de los avisos y publicidades están dirigidos a estas actitudes y se basan directamente en el consumo, dado que a las empresas les conviene que los hombres no satisfagan nunca sus deseos o generar nuevas “necesidades” innecesarias.
En primer lugar, me planteé ¿cómo se puede afirmar que la avaricia es un pecado capital cuando los grandes empresarios, para invertir y obtener beneficios, tienen que acumular riqueza previamente? Pero volviendo a la lógica de consumo, me di cuenta de que consumir en forma desmesurada de alguna manera sí condice con esta idea de no ser avaro, ya que ésta impone el siguiente axioma: “no ahorres, gastá todo el dinero que tengas en cosas que en realidad no necesitás”. Se trata así de que la gente desee incluso lo que ya tiene.
Estas reflexiones me llevaron a pensar que la contradicción que reflejan estos conceptos surge de su anacronismo, del hecho de que ya no son actuales. La gente ya no los juzga como algo merecedor de un castigo, aunque ser avaro o perezoso no sean cualidades muy positivas; vale decir, una persona que es egoísta es libre de ser así, nadie tiene derecho a condenarla por eso.
Si bien los pecados se concibieron con la idea de disciplinar, luego fueron reemplazados por las normas legales, que eran más funcionales a tal fin. Con los cambios que se han producido en la moral, los pecados han perdido actualidad. Tal es así, que no sólo el Vaticano está hablando de cambiar los pecados capitales por otros, sino también los mismos ciudadanos, como en el caso de Londres en donde la controversia llegó a ser el tema de encuesta realizada por la BBC. Sus resultados establecen que, para los británicos, hoy en día sólo la codicia sobrevive como pecado. “De manera que la soberbia, la envidia, la ira, la gula, la pereza y la lujuria, considerados por la tradición cristiana como pecados mortales que acarreaban una condena eterna, se han visto desalojados de la escala de valores de estos ciudadanos, para dejar sitio a nuevas perversiones morales como la crueldad, considerada la falta más grave por un 39% de las personas consultadas. El adulterio (11%), el fanatismo (8%), la deshonestidad (7%), la hipocresía (6%) y el egoísmo (5%) completan la lista”[2].
Voy a dar algunos ejemplos que ilustran de manera paradigmática la desactualización de estos conceptos. Tomemos primero la gula: en los Estados Unidos se hacen campeonatos televisados en donde el ganador es el que come más panchos en determinada cantidad de tiempo mientras la gente que presencia el espectáculo, en vez de sentir horror, siente admiración porque el ganador será luego quien encabezará el récord histórico del libro Guiness. Aunque en esta situación, por tratarse de una competencia, la gula esté llevada al extremo, ejemplifica bien el hecho de que “comer o beber muy en exceso de lo que el cuerpo necesita” no está mal visto, más bien llama la atención que una persona, aún sabiendo que no es saludable, coma en exceso. Sigamos con la avaricia; qué mejor ejemplo de promoción de la avaricia que las publicaciones como Fortune 500, que dedica en todos sus números un artículo de fondo a las primeras quinientas fortunas del mundo. También las revistas sobre personas famosas se dedican a enumerar los beneficios y las ventajas de pertenecer al mundo de los multimillonarios. Creo que no hay duda acerca de que para acumular una fortuna multimillonaria en algún momento habrá hecho falta sentir una “inclinación o deseo desordenado de placeres o de posesiones” que era precisamente lo que se condenaba y lo que hoy día, en cambio, todos desean: tener mucha plata y trabajar poco.
Para referirme a la soberbia voy a seguir tomando ejemplos de la televisión. En la mayoría de los países el candidato que gana las elecciones es el que se mostró más soberbio en el debate televisivo previo al acto electoral, por esto mismo es que inspiran en el público mayor confianza y credibilidad para votarlo; ¿no es entonces, en este caso, la soberbia sinónimo de seguridad?
También ha perdido vigencia como pecado la lujuria, ya que lo que antes era considerado lujurioso, ahora es visto como algo natural, un ingrediente casi necesario y esperado de todos los programas televisivos de entretenimiento. Se ha vuelto cotidiano ver mujeres semidesnudas en la televisión y aunque quizás tenga un contenido machista no se lo considera lujurioso, el público no lo repudia porque llama su atención.
Los desnudos en los distintos medios de comunicación son una constante y sus consumidores, evidentemente un buen mercado para el que produce este tipo de materiales.
La ira, aunque tampoco está bien vista por ser una reacción extrema causada por el desagrado, encuentra un ejemplo reciente de no condena a su materialización en el espectáculo de bombardeos en el Líbano, que se pudieron ver en los canales de televisión del mundo entero y que de este modo legitima el uso de la violencia como medio para alcanzar fines.
Para hablar de la envidia, es necesario remitirse al mismo sistema que la provoca mediante la concentración de la riqueza y el materialismo exacerbado, al proveerle muchas cosas a algunos y muy pocas a otros. Tampoco es cosa bien vista la envidia, pero teniendo en cuenta que el sistema genera la constante sensación de que nos falta tener algo, es común sentir envidia de vez en cuando por lo que el otro tiene.
El concepto de pereza, por último, es el único que quizás no ha perdido vigencia, ya que sigue siendo funcional al sistema que impone la racionalidad. Lo que se percibe es una disminución de la gravedad que antes tenía esta falta. Si alguien no quiere hacer nada de su vida, ya nadie puede obligarlo. Pero el sistema, por lo pronto, enseña a la gente a no perder el tiempo, a aprovecharlo en cosas útiles. Tanto es así, que la gente se acostumbra a un ritmo insalubre. El lema principal es: el tiempo vale oro, no pierdas el tiempo para descansar cuando podés estar trabajando y de esta manera ganando plata.
Para concluir, me interesa recalcar que la idea de pecado se ha utilizado a lo largo de la historia para disciplinar y como forma de imponer ciertas creencias y actitudes que resultan funcionales al poder de turno. Sin embargo como las clases dominantes cambian a medida que avanza el tiempo, también así lo hace la ideología que las acompaña. Así como la ideología es uno de los instrumentos más eficaces para perpetuar el poder en la actualidad, en su momento lo fueron los siete pecados capitales.


[1] Savater, Fernando, Los siete pecados capitales, Ed. Sudamericana, 2005.
[2] http://www.clarin.com/diario/2006/03/28/sociedad/s-02815.htm

Soberbia y con orgullo

por Luciano Gorín



“A partir de este momento todos mis escritos son anzuelos:
¿entenderé yo acaso de pescar con anzuelo mejor que nadie?...
Si nada ha picado, no es mía la culpa. Faltaban los peces...[1]

Si tan solo pudiese convertirme, por unos segundos, en el personaje creado por Goethe para tener la oportunidad de que Mefistófeles me haga su propuesta: “...verás con placer: mis artificios. Doite lo que todavía no ha visto ningún mortal”[1], respondería sin vacilación alguna: “¡Sí!, acepto”. Quiero sobresalir, ostentar, elevarme por sobre los demás en dignidad...; quiero ser Fausto. ¿Está mal? Aparentemente eso me quieren hacer creer, eso nos quieren hacer creer. Vanagloria, jactancia, altanería, ambición, hipocresía, presunción, desobediencia y pertinacia son las malas palabras de la modernidad; mejor dicho, faltas que se desprenden de la “humillante” soberbia: “Dios abate a los soberbios y eleva a los humildes “[2].
No voy a discutir con la Santa Biblia, “el bestseller de todos los tiempos”, porque hoy en día sería un discurso fácil. Más aún, no es mi enemigo primordial. Ahora me atañe la Sociedad y la construcción de su nuevo verosímil: “la cultura de lo sano”. Una cultura que se define más por las restricciones que por las libertades que le son inherentes a todo ser humano por la mera condición de su existencia. Donde todo lo que está relacionado con el placer pareciera arrastrar consigo una connotación negativa; se genera un sentido de culpa profundo en el interior del individuo que triunfa. Un sentimiento que lejos está de ser creado por el propio exitoso, sino que es el fruto de las miradas incriminadoras y del aire celoso que exhalan aquellos que nunca nada tuvieron y que nunca nada tendrán.
Desde chica me enseñaron que ser feliz es el objetivo de todo ser humano. Que la felicidad es un estado sublime, un todo, un soplo de plenitud. Estoy segura de que es feliz aquel que no le teme a la muerte. ¿Por qué digo esto? Porque pienso que cuando llegue ese día la persona mirará hacia atrás, sumergiéndose en su pasado, en sus recuerdos; y si de veras está contenta con lo que hizo en su vida, entonces, adiós a ese miedo porque ese individuo fue y es feliz. Aprovechó el tiempo, su vida, y eso basta para aceptar su muerte. Lo que quiero decir es que la felicidad en un hombre está íntimamente ligada a las metas que se propuso y logró concretar en el transcurso de su vida.
Por lo pronto me pregunto si es, verdaderamente, un defecto reconocer mis cualidades y virtudes; digo la verdad y me comprometo a actuar en consecuencia. El hombre yerra, siempre y cuando tenga metas por llevar a cabo. Por eso, puede que me equivoque, no lo creo, pero es una remota posibilidad. Lo importante, en todo caso, es que me propongo lograr objetivos, superarme día a día. Si en este trayecto yo obtengo lo que quiero antes que tú, pues perdóname, mi estimado, pero no es culpa mía, sino más bien un fracaso de tu parte. Les voy a contar una anécdota que está íntimamente ligada con esto último. Cuando yo era chica siempre me iba muy bien en la escuela. Recuerdo un día en particular: tenía doce años y estaba esperando que la profesora de matemática entregara los exámenes. Como no podía ser de otra manera, me saqué un diez. En medio de mi festejo, observé que mi compañero de banco se había sacado un tres. ¿Saben lo que me dijo el ignorante? “Podrías tener un poco de consideración, ¿no ves que estoy mal?” Me pongo a pensar: ¿debo tener cargo de conciencia por haber estudiado como una condenada, por ser mejor, por ser mas inteligente? No señores, no se dejen engañar. Aquí hay un solo responsable: el que no sabe y se saca un tres.
Cuando le conté la historia a mi amigo Nietzsche me dijo que había hecho lo correcto. Me habló de la compasión: “la considero en sí como debilidad, como caso particular de la incapacidad para resistir a los estímulos, a la compasión se la califica de virtud únicamente entre los decadentes”[3]. Para mi consuelo, finalmente, pude encontrar a alguien que esté a mis alturas. Efectivamente, no me resta más que felicitar a Friedrich. Un hombre sin aspiraciones, sin hambre, sin ambición es nada para mí. El hombre actual, moderno, dentro del paradigma de la “cultura de lo sano”, ignora las extraordinarias posibilidades de su conciencia y se encuentra impotente y vacío; limita sus máximas virtudes por temor a ser considerado poco humilde. Daría la impresión de que hoy en día a uno se le está vedado el goce. Porque la sociedad busca atraparnos en una suerte de moralina que asocia nuestras más sublimes libertades con el pecado, el mal, la falsa conciencia. ¡Déjenme ser quien quiero ser! ¿O acaso voy a estar destinada al ocio? Porque, en última instancia, pareciera que en eso nos quieren convertir: seres inútiles que no quieren vivir la vida. Ya lo ha dicho Mefistófeles: “Cómo se enlazan el mérito y la fortuna, eso jamás se les ocurre a los necios. Si tuviesen ellos la piedra filosofal, no habría filósofo para la piedra”[4].
Por otra parte, se me adjudica la falta de capacidad para aceptar críticas o correcciones. Qué tema este... Es singular dicha objeción que se me hace porque la mayoría me ataca de manera casi personal, agresiva y desmedidamente; ¿no será que son unos envidiosos? ¡Ah!, ese sí que es un pecado. Cuidado mis amigos, no vaya a ser que el muerto se ría del degollado... Quiero ser lo más clara posible: ¿se equivocó Eva?, ¿tiene que siquiera prestar oídos a algún reclamo? La tentación de la serpiente ("seréis como dioses") incidía en la aspiración del hombre de olvidar su condición de criatura, de transformarse en un ser superior. ¿Cómo se atreven a culparla? Adán ni siquiera lo intentó. No me vengan a decir que él fue más fuerte porque se resistió a la tentación. Seamos sinceros, si no actuó, en todo caso, fue por pura cobardía. Lo que más me ofende de todo esto es el hecho de que Eva tenga que pedir perdón. ¿Perdón a quién? ¿Por qué? Siempre se guió por una causa noble: querer ser más de lo que se es. Es en este contexto que Fausto firmó el trato con Mefisto (aunque si hubiese sido yo, jamás derrocharía una gota de mi sangre, hubiese insistido en firmar con tinta): su objetivo es, simplemente, el de perseguir la sabiduría. ¿Lo condenamos por ello?, ¿la condenamos a Eva también? La manzana, en Fausto, se convierte en el fruto de la ciencia; y, yo, lo mordería hasta el cansancio.
¿Por qué me abandonaste Fausto justo ahora que ibas tan bien? El arrepentimiento siempre es digno de los inferiores; y tú, Fausto, en ese sentido, me has defraudado totalmente. Hay que disfrutar sin culpa, gozar, ser libre; ¿a quién tenemos que rendirle cuenta de nuestras decisiones? Por favor..., la cuestión va más allá del bien y del mal: la decisión de cada uno es íntegra y completamente amoral.

(Dentro del gabinete de estudio: Fausto, atormentado, inquieto, sentado en el sillón delante de su pupitre, implora piedad)
Fausto: ¡Ah! Ya no tengo sangre para firmar contrato alguno. Si pudiese volver el tiempo atrás... Desdichado de mí que abandoné mis más nobles valores por una ambición desmesurada.
(Entra Niezstche)
Nietzsche: Me avergüenzas Fausto. Sois el fruto de la cobardía... Toda conquista, todo paso adelante en el conocimiento y la verdad es consecuencia del valor, de la dureza consigo mismo, de la exigencia consigo mismo...
Fausto: Ya déjate de artimañas, Mefistófeles. No hay nada en mí que ya no tengas. Acaba con mi vida de una vez por todas, ya no me pertenece y tampoco la merezco.
Nietzsche: ¡Insensato! Abre los ojos, no seas necio. ¿Cómo te atreves a confundirme con un ente mágico e irreal? ¿No ves que todo es producto de tu conciencia? Yo jamás podría abandonar una acción tras haberla comenzado, eso es lo que me constituye como un hombre valiente: la diferencia entre un superhombre y un decadente, como tú.
Fausto: !Oh, puesto que mi alma debe sufrir mi pecado deja que arda en el infierno, por siglos, si así lo deseas, pero concédeme el cielo una vez cumplida mi condena!Nietzsche: ¿Sabes tú, Fausto, por qué soy tan sabio?, ¿por qué soy tan inteligente?, ¿por qué he escrito tan buenos libros? Tan solo porque soy el primer inmoralista. Oscilas constantemente entre dos polos imaginarios: el bien y el mal. No me mal interpretes, yo no refuto los ideales, ante ellos, simplemente, me pongo los guantes. Déjame decirte algo antes de que abandones este mundo: el diablo es sencillamente la ociosidad de Dios cada siete días y la única disculpa de Dios, ante ello, es que no existe.

Mi más amado y fiel cordero... Friedrich. Fuiste hecho a mi imagen y semejanza. Toda vez que toqué tu puerta, estuviste allí, para servirme y es por eso que a ti te dedico este ensayo.

Con orgullo te saluda,
La Soberbia.


[1] Goethe, J. Fausto, Madrid, Espasa Calpe, 1969.
[2] Luc. 14
[3] Nietzsche, F. “Por qué soy tan sabio”, en Ecce Homo, Buenos Aires, Malinca Pocket, 1936.
[4] Goethe, J. Fausto, Madrid, Espasa Calpe, 1969.
[1] Nietzsche, F. “Más allá del bien y del mal”, en Ecce Homo, Buenos Aires, Malinca Pocket, 1936.

viernes, 8 de diciembre de 2006

Acerca del Paco

por Leandro Gabriele González
(com. 65)
El siguiente ensayo deslinda sus letras en pos de comprender a un fenómeno que está teniendo lugar en la sociedad argentina en el último lustro, el consumo de pasta base de cocaína, o como se la conoce en su ambiente, el Paco. Lo que me ha motivado a dar cuenta de este fenómeno, es el hecho que no se trata del simple consumo social de una droga; sino que estamos delante de una sustancia que opera como una herramienta diseñada para la autodestrucción de los estratos más bajos de la sociedad, en función del sistema. Para comenzar a comprender tal afirmación, a continuación, haré un breve recorrido por lo que ha sido el actuar de las clases dominantes en la Argentina, en relación con los estratos más bajas.
El sistema capitalista es un sistema que se sustenta y tiene como fin la acumulación de capital por parte de un sector de la sociedad. Otro sector de la misma sustenta esa acumulación mediante la demanda de productos que los primeros ofrecen, este sector a su vez es que legitima su actuar. Ahora hay un sector, el mas bajo de todos, que se encuentra al margen de todos los beneficios o posibilidades del sistema. En los primeros años de nuestro país la “gente de sobra” podía ser fácilmente eliminada con campañas militares, como lo fue la campaña del desierto. Este tipo de recursos contaban con el visto bueno de la sociedad, es más, se veía semejante acto de barbarie como una acción necesaria para llevar al país hacia el progreso. Prueba irrefutable de tal afirmación es el papel moneda nacional, que en su valor mas alto, rememora a dicha campaña militar y a su planificador y ejecutor, Julio Argentino Roca.
Ya en el siglo XX, la aniquilación de las hordas de seres humanos que no le eran útiles a las clases dominantes se llevaba a cabo mediante la represión de las fuerzas publicas, como fue el caso de la semana trágica con mas de 1000 muertos y mas de 1500 presos; o el caso de la de la patagonia trágica en la década del `20 con 1500 muertos y mas de 4000 heridos. Los cambios sociales, políticos y económicos de los años subsiguientes generaron que las grandes matanzas desaparecieran por largos años. Hasta que en la década del 70 reaparecieran con toda su fuerza.
Fue la última dictadura militar la que llevó a cabo un plan sistemático de eliminación de personas que logró la muerte de 30.000 personas, más otros tantos miles de exiliados. Este genocidio tuvo como única meta la eliminación de mano de obra sobrante luego de que la política económica, en manos de Martínez de Hoz, virara de un capital productivo a un capital financiero. Las heridas, que aun sangran, dejadas por esta ultima gran matanza en el ideario colectivo obligo a que los grupos dominantes desistieran de reincidir en ese tipo de conductas que llevaban implícitas la pólvora y la sangre.
La década del noventa demostró que el hundimiento y desaparición de los estratos más bajos podría ser alcanzado mediante una postura de manos limpias. Lo único que se tenía que hacer era dejar que las empresas multinacionales hagan y deshagan a su gusto. En el año 2001 la mugre debajo de la alfombra fue tanta, que la misma estalló. El estallido mostró lo que la pizza y el champán había querido ocultar. Una generación completa de niños desnutridos. Desnutrición que generó problemas de desarrollo (estatura reducida, menor desarrollo cerebral y problemas circulatorios) en miles de niños, y en una centena de casos el grado de desnutrición fue tan severo que alcanzó la muerte. Hoy en día la desnutrición sigue siendo un gran problema social, pero a mi entender la misma aparece como un resabio de la década pasada, que a la fecha no ha encontrado solución.
El “paco” es el nuevo método que han elegido los estratos dominantes para devastar a las poblaciones que habitan en las villas miserias de todo el país. El paco tiene varios aspectos que lo transforman en una efectiva arma para llevar a cabo tal masacre. El más importante de ellos es que crea la imagen de que son las mismas clases bajas quienes optan por su consumo a raíz de su bajo precio. Eso realmente no podría negarse, pero la mano siniestra no esta sosteniéndole la pipa1 al que consume el paco, sino que habría que rastrear de donde han importado nuestras clases dominantes tal brillante idea, ya que como demuestra el curso de la historia de la oligarquía argentina, sus acciones siempre fueron burdas imitaciones de las llevadas a cabo por sus pares de Europa y a partir de la década del `70 de los Estados Unidos.
En este último país es donde encontramos el primer uso de la pasta base de cocaína para la segregación de las clases que están afuera del sistema. El paco en los Estados Unidos posee el nombre de “crack”. A comienzos de la década pasada, el crack arrasó los ghettos(2) y barrios pobres de Estados Unidos, en una época en que muchos chicos tenían que recurrir a la economía clandestina para subsistir. Para los pobres, ya agobiados por la pobreza, el desempleo, los servicios médicos inadecuados, escuelas y viviendas en ruinas, el crack llevó otras cargas: más conflictos entre organizaciones callejeras y la desesperación de muchos nuevos adictos. Con el pretexto de la "guerra contra la droga", el gobierno estadounidense lanzó una guerra contra el pueblo: viles invasiones policiales de los ghettos, más brutales ataques, asesinatos, con la detención en masa de muchos jóvenes negros y latinos, y la criminalización de toda una generación.
Muchos sospecharon desde el principio que el gobierno estaba metido en la explosión de crack en las comunidades oprimidas, como ocurrió con la introducción de heroína durante la guerra de Vietnam. Ahora se sabe que eso es precisamente lo que pasó. Un artículo del reportero Gary Webb del periódico Mercury News de San José, California, ha destapado que agentes de la Agencia Central de Inteligencia (CIA) vendieron toneladas de cocaína en Estados Unidos durante esos años para pasarle las ganancias a la contra: el ejército mercenario de Nicaragua organizado y manejado por la CIA.
El caso en los estados Unidos ejemplifica el uso que esta teniendo el paco aquí. El paco es una sustancia sumamente adictiva y de muy bajo costo, pero lo peor de todo es que es sumamente destructiva e inclusive letal. La letalidad de la sustancia radica en que conlleva inmediatos perjuicios asociados por su carácter adictivo, anestésico, alucinógeno y profundamente irritante de las sustancias con que se mezcla. Produciendo trastornos cardiovasculares inmediatos y, a nivel cerebral, se producen modificaciones severas de conducta porque, literalmente, se vuela el lóbulo frontal. No hay necesidad de efectuar un estudio para determinar el estado calamitoso que tienen los cuerpos del los adictos la pasta base. Pierden la noción de si mismo. Pasan de ser ciudadanos a “paqueros”(3). Ser paquero es ser una persona totalmente alienada de sí misma.
La pasta base de cocaína, para el sistema, tiene su lugar en las villas miseria, aunque actualmente ha extendido sus garras en numerosos barrios de la Capital. Siendo los más damnificados el barrio de Boedo, Soldati, Monserrat y Parque Patricios. Sobre este último haré un recorrido para ver como el consumo de paco ha modificado los hábitos de los jóvenes, en base a la experiencia que he recogido en los años en que allí he vivido.
Parque Patricios es un barrio situado en el sur de la ciudad de Buenos Aires, en el que conviven sectores medios y medios bajos. A mediados de la década del `90 comenzó a gestarse un fenómeno bastante particular en este barrio; el modelo neoliberal que imperaba en la argentina en ese momento produjo un alza cada vez mas significativa en la tasa de desempleo. Esto hizo que una generación entera de este barrio no participara de los procesos de trabajo social. Este segmento ocioso habituaba reunirse en el centro del barrio, el lugar que le da nombre al mismo, en el parque Patricios. Fue así que todos los días podía visualizarse grupos de hasta 20 chicos, de unos 20 a 25 años, dispersados por el parque; pasando allí sus días, bebiendo cerveza, fumando marihuana y consumiendo cocaína. Lo que los identificaba como grupo es que todos pertenecían a la “barra brava” de Huracán, club de fútbol que posee su estadio y su sede social en el barrio. La juventud dominaba las calles, quizás los hábitos de los mismos no tenían el visto bueno del resto de los vecinos, pero en el ideario colectivo barrial aparecían como los “pibes del barrio”. Estos jóvenes le daban identidad cultural al barrio. Le daban su especificidad.
Este marco a partir del año 2001 se modificó sustancialmente con la llegada del paco. En sus comienzos el consumo del paco era muy marginal, solo era consumido por unos pocos. Sin embrago rápidamente tomó masividad, por factores como el costo bajo de las dosis -de $2-, la cercanía villa de emergencia nro. 21 (lugar donde se fabrican las tizas4 de pasta base), el consumo habitual de otro tipo de drogas (marihuana, cocaína, etc) y la falta de normas morales en cuanto al uso de estupefacientes.
Es imperante destacar la celeridad con que se expandió el consumo de la pasta base. Para el año 2002 la mayoría de esta población juvenil que formaban “los pibes del barrio” estaba inmersa en la adicción de esta sustancia. Tanto los mas grandes, entre 22 y 30 años, como los mas chicos, 15 a 21 años, presentaban una notable perdida de peso. Los más chicos, como convivían con sus respectivas familias fueron los primeros en ser internados en grajas de recuperación de las adicciones. En cambio los mas grandes continuaron con el consumo sin freno, al punto tal que dos individuos perdieron su vida, uno conocido como “el Fisu” y el otro como “el gordo” Darío. Voy a hacer especial hincapié en el caso del “gordo” Darío.
Darío era uno de los jefes de la barra brava de Huracán. Tenía 35 años al momento del deceso. Desde muy chico que militaba dentro de la hinchada de Huracán, hecho que generó que incurriera, en lo que fue su vida adulta, en varios actos delictivos. Principalmente en robos en la modalidad de salidera5. Darío infundía un gran respeto, e inclusive terror entre sus pares; tanto por su contextura física como por la capacidad de lucha que había adquirido a través de tantos años de vida marginal. Pero el paco modifico sustancialmente esto. El paco lo submarginó, ya que su status quo estaba en la marginalidad, y el paco lo hizo descender en su escala social. Este descenso se dio por la perdida de lo que lo había convertido en líder entre sus parias; su físico y su capacidad de combate; dado que a los pocos meses de consumo su cuerpo pasó de ser voluptuoso, ha ser un cuerpo atrofiado.
Las transformaciones fisonómicas hicieron que perdiera su fuente de ingresos, las salideras; por no encontrarse ni física ni mentalmente apto para dicha tarea. La plata para satisfacer su adicción comenzó a obtenerla de los comercios de la zona y de sus amigos. Al poco tiempo ya nadie le prestaba más dinero; fue en ese momento cuando ingreso en la etapa que se conoce como “fisura”. Por esta etapa pasan todos los adictos al paco, la misma consta de transar todos los objetos que se encuentran a disposición por droga. Literalmente vació su casa. “El gordo está destruido, fisuró el Kohinoor” comentaba uno de sus ex compañeros de andanzas, el “Tutumba”. Su casa también sufrió el ataque de su adicción, primero como lugar de refugio y lugar de consumo de pasta base para el grupo de paqueros del barrio (unos treinta). El ambiente allí era muy oscuro ya que constantemente se perpetraban hechos de violencia a raíz del paco. Fue en una de esas peleas en que un grupo de vendedores de paco le prendiera fuego la casa.
Luego de ese episodio, y porque corría peligro su vida, el “Gordo” Darío huyó de Parque Patricios. Pero no para siempre, en el año 2004 regresó. A los pocos días reincidió en el consumo de pasta base. Es en esa etapa donde toco fondo. Su adicción lo llevó a vivir en la calle, allí con otros “paqueros” cuidaba los autos estacionados en la sede de Huracán a cambio de unas monedas que convertía en pipazos. Ese ritmo de vida duro pocos meses, ya que en noviembre de ese año sufrió un paro cardiaco en medio la calle que le produjo la muerte instantánea.
Este caso demuestra cabalmente la hipótesis con que comencé este ensayo. El paco o pasta base de cocaína destruye a las clases bajas. En el caso del “gordo” Darío, vemos cómo una persona que ya se encontraba afuera del sistema pudo ser excluido de ese mismo campo de exclusión en que se encontraba. En el caso de consumo de paco de las villas también crea subgrupos sociales, crea el subgrupo de los “paqueros”, grupo que ya forma parte del paisaje social de las villas.
El paco mata, si no mata deja secuelas en los consumidores, a los que les va a dificultar, aún más, la inserción al sistema social de producción. Y eso es lo que realmente se buscó. Que los que no pueden participar del sistema (por que el sistema no los necesita) no lo puedan hacer por fallas materiales inobjetables que ellos tengan. Las huellas que deja el paco, cuando no logran la muerte del individuo, operan como las pruebas necesarias que tiene el sistema para separar, marcar y excluir a los seres que, ideológicamente, no ven como sus pares. Dando claras muestras que las clases dominantes se construyen así mismas mediante la soberbia, siendo esta su soporte ideológico más poderoso.

La Pereza

por Julieta Fernanda Álzaga

“La pereza ha sido el motor de las grandes conquistas.
El que inventó la rueda, no quería empujar y caminar.
Detrás de casi todos los elementos de confort
supongo que ha habido un perezoso astuto,
pensando cómo hacer para trabajar menos”
Roberto Fontanarrosa (Savater, 2006: 123)

Hoy fui a la facultad durante sólo dos horas y ahora, la verdad es que no tengo ganas de leer ni de estudiar. ¿A ver qué hay en la tele? Tengo 100 canales, hago zapping y nada me parece entretenido. Puedo dejar Mtv o Animal Planet, me da lo mismo, a ningún programa le voy a prestar mucha atención. Una amiga me manda un mensaje de texto diciéndome que consiguió entradas para la Creamfield, no sé si me parece una buena idea. Me conecto a Internet, chateo con mis amigos sobre lo que vamos a hacer el fin de semana, mientras tanto sigo haciendo zapping y veo unos videos extraños en You Tube. La casa está un poco desordenada y sucia, pero hoy no va a ser el día en que limpie. Me dio hambre… ¿pido pizza o empanadas? Mientras llamo por teléfono al Noble Repulgue, veo de lejos unas fotocopias de taller. Tengo que hacer un ensayo, pero este fin de semana no lo voy a hacer, seguramente entro a monografías.com y encuentro algo que con unos retoques me quede bien.
¿Esta situación es causada por la pereza o por el ocio claustrofílico?
En la actualidad vivimos en una sociedad que nos exige constantemente que estemos predispuestos, con energía y vitalidad para realizar las actividades de todos los días, que son: ir al trabajo y estar más de ocho horas sentados frente a una computadora, ir al gimnasio para correr en una cinta que no se mueve más allá del edificio o del televisor que está en frente. Claro que también se les exige a las madres que además de estar bellas, deben cuidar a sus hijos, al marido y a la casa; y a los jóvenes que deben divertirse yendo a fiestas en la que se encuentran por horas saltando o bailando frente a algún Dj. Por otro lado, para rendir durante todo el día y realizar nuestras diligencias, con la pasión sola no alcanza, y para eso la sociedad proporciona elementos que nos ayudan. En primer lugar tenemos los avances tecnológicos, cuya función primordial es la de ahorrar esfuerzos físicos e intelectuales. Para ver cómo se han implementado estos avances en la sociedad moderna, daremos algunos ejemplos fundamentales: con la aparición del automóvil y del colectivo se desplazó la caminata como forma de transportarse, y con la televisión ya no fue necesario hacer el esfuerzo de leer los periódicos. Cocinar dejó de ser una tarea obligatoria con el invento del microondas, la comida congelada, los fast food y el delivery. Internet y la posibilidad de que haya una computadora en cada casa, facilitó poder trabajar desde el hogar y el acceso a toda la información al instante; y por último la aparición de un celular por persona, prácticamente, y el abuso de los mensajes de texto intensificaron la relaciones interpersonales sin contacto físico.
La segunda iniciativa de parte de la sociedad la encontramos en las publicidades, que nos bombardean con productos como energizantes, vitaminas, jugos y yogures, para que nos estimulen. Las drogas como la cocaína o el éxtasis, son otro producto a tener en cuenta para este análisis. Sobre ellas, la opinión pública nos presenta un doble mensaje, ya que por un lado son repudiadas como todas las drogas, pero por otro lado, al exponer estudios sobre cómo afecta la adicción o el consumo de este tipo de drogas, se muestran personas que cumplen con todos los requisitos y exigencias de la sociedad: trabajan más de las horas pactadas, son flacos o con un físico deseable, tienen salidas nocturnas, etc., y todo esto los lleva a que sean personas exitosas. Entonces al ver un análisis de este tipo, no queda claro si están a favor o en contra de estas drogas, ya que las presentan como “la salvación”. Esto quiere decir que lo políticamente correcto es exponer que son “malas” para la salud, pero lo cierto es que son drogas más “aceptadas” que otras, porque la cocaína propicia que las personas estén insertas en el sistema y cumplan con sus exigencias, en cambio la marihuana, por ejemplo, provoca la acidia, la pereza, y a esta sí hay que repudiarla.
La pereza es uno de los siete pecados capitales, y existen variadas y distintas definiciones. La que tomaremos en primera instancia es la que afirma que cualquiera sea el objeto de la pereza, siempre tiene una relación con el horror o la sensualidad. Con respecto a la primera instancia, se trata del aburrimiento que se siente frente a la vida que exige trabajo, esfuerzo para actuar según lo que se debe, esfuerzo que no es ni gratuito ni fácil. Entonces cuando no se puede asumir este costo (este trabajo) y se desconoce aquello que se debe “hacer” en la existencia, la vida humana se transforma en un vacío que causa “horror”; se transforma en un vacío que angustia y del cual escapamos constantemente casi sin darnos cuenta. De hecho, ‘aburrimiento’ significa originariamente ab horreo (horror al vacío). Por otro lado, cuando se relaciona con la sensualidad, o es una forma de ella, es porque la persona perezosa se deja llevar por un amor exagerado a la comodidad y al reposo, es decir, al placer, que se prefiere antes del “deber”.
También hablamos del ocio claustrofilico, que es un término que utiliza Gubern en el análisis que hace sobre las escisiones entre la vida publica y privada en los ámbitos social y cultural con la inclusión de la tecnología en la sociedad, en “Claustrofilia versus agorafilia en la sociedad postindustrial”. Para él el ocio es uno de los puntos más importante de ruptura, y lo clasifica como agorafílico, que es el ocio tradicional en espacios comunitarios y compartidos, y por otro lado el claustrofilico, que se basa en el que está en torno a aparatos electrodomésticos. Para este autor, éstos se convirtieron en nuevos fetiches tecnológicos en el seno de un hogar-búnker que aspira a la autosuficiencia, mediante un equipamiento permanente que construye la infraestructura informacional del nuevo hogar. Este, que es inaugurado con el televisor doméstico, también es conocido como la cueva aterciopelada, es un hogar telematizado desde el cual se puede efectuar cualquier trabajo que implique transferencia de información, sin proximidad física.
Ahora bien, ambos conceptos van acompañados del uso y acceso a aparatos tecnológicos, entonces surge una nueva pregunta: ¿los electrodomésticos fomentan esta falta de ganas, o la acidia provoca que se inventen sistemas nuevos para facilitar el esfuerzo físico y mental? Fontanarrosa afirma que detrás de casi todos los elementos de confort hubo un perezoso astuto que pretendía trabajar menos. Pero a principios del nuevo milenio nos encontramos con que ya no hay espacios del confort que no hayan sido cubiertos, estamos muy confortables: tenemos electrodomésticos que hacen el trabajo por nosotros, tenemos tecnología que hacen el trabajo que nosotros no podemos hacer y tenemos dispositivos que sólo usamos para los momentos de ocio.
Hasta este punto, podríamos decir que la sociedad moderna está sufriendo de ocio claustrofílico, ya que utiliza la tecnología para trabajar, facilitar las diligencias, y rellenar esos momentos de ocio. Pero entonces ¿qué pasa con la pereza? Aquí incluimos una nueva definición propuesta por Savater: el perezoso es quien renuncia a sus deberes con la sociedad, con la ciudadanía, quien abandona su propia formación cultural. Es la persona que nunca tiene tiempo para leer un libro, para ver una película, para escuchar un concierto, para prestarle atención a una puesta de sol.
La persona perezosa, entonces, le tiene horror al vacío, pero al mismo tiempo tiene una gran desmotivación y por consecuencia se aburre; y si estas son las características, ¿cómo rellena su tiempo? La respuesta es sencilla, caen presos de la alineación, entendida desde la perspectiva psicoanalítica que la define como un bloqueo autoinducido o una disociación de sentimientos que produce en la persona una reducción de su capacidad social y emocional con las consiguientes dificultades para ajustarse a la sociedad, aunque algunos postulan que el origen de la alienación no está en la persona sino en una sociedad vacía y despersonalizada.
Esta alineación de las personas perezosas se basa en la reclusión dentro del hogar-búnker, en donde produce efectos de enajenación frente a los aparatos electrónicos. Estos dispositivos son: la televisión, Internet, el celular o teléfono, el delivery, la radio, etc., que cumplen con las características de no necesitar un esfuerzo intelectual para su comprensión, y el escaso esfuerzo físico que implementan para la utilización del dispositivo es un acto puramente mecánico. Además, estos dispositivos se presentan para el consumo individual, anulando así las relaciones interpersonales o en comunidad. Otro punto importante para profundizar sobre la alienación, es el análisis de los productos que ofrecen la televisión, Internet y la radio, y preguntarnos ¿por qué en estos medios de comunicación hegemónicos hay tantos productos que no implican un análisis o un conocimiento previo para su interpretación? Pero este es un debate que lo dejaremos para otro momento.
A modo de síntesis, podemos decir que la pereza y el ocio claustrofílico pueden aparecer juntos en la misma persona, porque no son conceptos opuestos, sino que pueden ser complementarios. Por otro lado, la sociedad moderna en la que vivimos que propone un ritmo de vida exigente, también provoca esta acidia, ya que paraliza y bloquea, causando horror. Por último sólo queda decir que los aparatos electrónicos además de facilitar las actividades y propiciar confort, también traen acarreados otros problemas, como: que provocan una sociedad despersonalizada, sin contacto físico entre las personas que se comunican, o cómo hacer para utilizar los beneficios de la tecnología sin tener que volverse dependientes de ella.











Acerca del Paco

El siguiente ensayo deslinda sus letras en pos de comprender a un fenómeno que está teniendo lugar en la sociedad argentina en el último lustro, el consumo de pasta base de cocaína, o como se la conoce en su ambiente, el Paco. Lo que me ha motivado a dar cuenta de este fenómeno, es el hecho que no se trata del simple consumo social de una droga; sino que estamos delante de una sustancia que opera como una herramienta diseñada para la autodestrucción de los estratos más bajos de la sociedad, en función del sistema. Para comenzar a comprender tal afirmación, a continuación, haré un breve recorrido por lo que ha sido el actuar de las clases dominantes en la Argentina, en relación con los estratos más bajas.
El sistema capitalista es un sistema que se sustenta y tiene como fin la acumulación de capital por parte de un sector de la sociedad. Otro sector de la misma sustenta esa acumulación mediante la demanda de productos que los primeros ofrecen, este sector a su vez es que legitima su actuar. Ahora hay un sector, el mas bajo de todos, que se encuentra al margen de todos los beneficios o posibilidades del sistema. En los primeros años de nuestro país la “gente de sobra” podía ser fácilmente eliminada con campañas militares, como lo fue la campaña del desierto. Este tipo de recursos contaban con el visto bueno de la sociedad, es más, se veía semejante acto de barbarie como una acción necesaria para llevar al país hacia el progreso. Prueba irrefutable de tal afirmación es el papel moneda nacional, que en su valor mas alto, rememora a dicha campaña militar y a su planificador y ejecutor, Julio Argentino Roca.
Ya en el siglo XX, la aniquilación de las hordas de seres humanos que no le eran útiles a las clases dominantes se llevaba a cabo mediante la represión de las fuerzas publicas, como fue el caso de la semana trágica con mas de 1000 muertos y mas de 1500 presos; o el caso de la de la patagonia trágica en la década del `20 con 1500 muertos y mas de 4000 heridos. Los cambios sociales, políticos y económicos de los años subsiguientes generaron que las grandes matanzas desaparecieran por largos años. Hasta que en la década del 70 reaparecieran con toda su fuerza.
Fue la última dictadura militar la que llevó a cabo un plan sistemático de eliminación de personas que logró la muerte de 30.000 personas, más otros tantos miles de exiliados. Este genocidio tuvo como única meta la eliminación de mano de obra sobrante luego de que la política económica, en manos de Martínez de Hoz, virara de un capital productivo a un capital financiero. Las heridas, que aun sangran, dejadas por esta ultima gran matanza en el ideario colectivo obligo a que los grupos dominantes desistieran de reincidir en ese tipo de conductas que llevaban implícitas la pólvora y la sangre.
La década del noventa demostró que el hundimiento y desaparición de los estratos más bajos podría ser alcanzado mediante una postura de manos limpias. Lo único que se tenía que hacer era dejar que las empresas multinacionales hagan y deshagan a su gusto. En el año 2001 la mugre debajo de la alfombra fue tanta, que la misma estalló. El estallido mostró lo que la pizza y el champán había querido ocultar. Una generación completa de niños desnutridos. Desnutrición que generó problemas de desarrollo (estatura reducida, menor desarrollo cerebral y problemas circulatorios) en miles de niños, y en una centena de casos el grado de desnutrición fue tan severo que alcanzó la muerte. Hoy en día la desnutrición sigue siendo un gran problema social, pero a mi entender la misma aparece como un resabio de la década pasada, que a la fecha no ha encontrado solución.
El “paco” es el nuevo método que han elegido los estratos dominantes para devastar a las poblaciones que habitan en las villas miserias de todo el país. El paco tiene varios aspectos que lo transforman en una efectiva arma para llevar a cabo tal masacre. El más importante de ellos es que crea la imagen de que son las mismas clases bajas quienes optan por su consumo a raíz de su bajo precio. Eso realmente no podría negarse, pero la mano siniestra no esta sosteniéndole la pipa1 al que consume el paco, sino que habría que rastrear de donde han importado nuestras clases dominantes tal brillante idea, ya que como demuestra el curso de la historia de la oligarquía argentina, sus acciones siempre fueron burdas imitaciones de las llevadas a cabo por sus pares de Europa y a partir de la década del `70 de los Estados Unidos.
En este último país es donde encontramos el primer uso de la pasta base de cocaína para la segregación de las clases que están afuera del sistema. El paco en los Estados Unidos posee el nombre de “crack”. A comienzos de la década pasada, el crack arrasó los ghettos2 y barrios pobres de Estados Unidos, en una época en que muchos chicos tenían que recurrir a la economía clandestina para subsistir. Para los pobres, ya agobiados por la pobreza, el desempleo, los servicios médicos inadecuados, escuelas y viviendas en ruinas, el crack llevó otras cargas: más conflictos entre organizaciones callejeras y la desesperación de muchos nuevos adictos. Con el pretexto de la "guerra contra la droga", el gobierno estadounidense lanzó una guerra contra el pueblo: viles invasiones policiales de los ghettos, más brutales ataques, asesinatos, con la detención en masa de muchos jóvenes negros y latinos, y la criminalización de toda una generación.
Muchos sospecharon desde el principio que el gobierno estaba metido en la explosión de crack en las comunidades oprimidas, como ocurrió con la introducción de heroína durante la guerra de Vietnam. Ahora se sabe que eso es precisamente lo que pasó. Un artículo del reportero Gary Webb del periódico Mercury News de San José, California, ha destapado que agentes de la Agencia Central de Inteligencia (CIA) vendieron toneladas de cocaína en Estados Unidos durante esos años para pasarle las ganancias a la contra: el ejército mercenario de Nicaragua organizado y manejado por la CIA.
El caso en los estados Unidos ejemplifica el uso que esta teniendo el paco aquí. El paco es una sustancia sumamente adictiva y de muy bajo costo, pero lo peor de todo es que es sumamente destructiva e inclusive letal. La letalidad de la sustancia radica en que conlleva inmediatos perjuicios asociados por su carácter adictivo, anestésico, alucinógeno y profundamente irritante de las sustancias con que se mezcla. Produciendo trastornos cardiovasculares inmediatos y, a nivel cerebral, se producen modificaciones severas de conducta porque, literalmente, se vuela el lóbulo frontal. No hay necesidad de efectuar un estudio para determinar el estado calamitoso que tienen los cuerpos del los adictos la pasta base. Pierden la noción de si mismo. Pasan de ser ciudadanos a “paqueros”3. El ser paquero es ser una persona totalmente alienada de si mismo.
La pasta base de cocaína, para el sistema, tiene su lugar en las villas miseria, aunque actualmente ha extendido sus garras en numerosos barrios de la Capital. Siendo los más damnificados el barrio de Boedo, Soldati, Monserrat y Parque Patricios. Sobre este último haré un recorrido para ver como el consumo de paco ha modificado los hábitos de los jóvenes, en base a la experiencia que he recogido en los años en que allí he vivido.
Parque Patricios es un barrio situado en el sur de la ciudad de Buenos Aires, en el que conviven sectores medios y medios bajos. A mediados de la década del `90 comenzó a gestarse un fenómeno bastante particular en este barrio; el modelo neoliberal que imperaba en la argentina en ese momento produjo un alza cada vez mas significativa en la tasa de desempleo. Esto hizo que una generación entera de este barrio no participara de los procesos de trabajo social. Este segmento ocioso habituaba reunirse en el centro del barrio, el lugar que le da nombre al mismo, en el parque Patricios. Fue así que todos los días podía visualizarse grupos de hasta 20 chicos, de unos 20 a 25 años, dispersados por el parque; pasando allí sus días, bebiendo cerveza, fumando marihuana y consumiendo cocaína. Lo que los identificaba como grupo es que todos pertenecían a la “barra brava” de Huracán, club de fútbol que posee su estadio y su sede social en el barrio. La juventud dominaba las calles, quizás los hábitos de los mismos no tenían el visto bueno del resto de los vecinos, pero en el ideario colectivo barrial aparecían como los “pibes del barrio”. Estos jóvenes le daban identidad cultural al barrio. Le daban su especificidad.
Este marco a partir del año 2001 se modificó sustancialmente con la llegada del paco. En sus comienzos el consumo del paco era muy marginal, solo era consumido por unos pocos. Sin embrago rápidamente tomó masividad, por factores como el costo bajo de las dosis -de $2-, la cercanía villa de emergencia nro. 21 (lugar donde se fabrican las tizas4 de pasta base), el consumo habitual de otro tipo de drogas (marihuana, cocaína, etc) y la falta de normas morales en cuanto al uso de estupefacientes.
Es imperante destacar la celeridad con que se expandió el consumo de la pasta base. Para el año 2002 la mayoría de esta población juvenil que formaban “los pibes del barrio” estaba inmersa en la adicción de esta sustancia. Tanto los mas grandes, entre 22 y 30 años, como los mas chicos, 15 a 21 años, presentaban una notable perdida de peso. Los más chicos, como convivían con sus respectivas familias fueron los primeros en ser internados en grajas de recuperación de las adicciones. En cambio los mas grandes continuaron con el consumo sin freno, al punto tal que dos individuos perdieron su vida, uno conocido como “el Fisu” y el otro como “el gordo” Darío. Voy a hacer especial hincapié en el caso del “gordo” Darío.
Darío era uno de los jefes de la barra brava de Huracán. Tenía 35 años al momento del deceso. Desde muy chico que militaba dentro de la hinchada de Huracán, hecho que generó que incurriera, en lo que fue su vida adulta, en varios actos delictivos. Principalmente en robos en la modalidad de salidera5. Darío infundía un gran respeto, e inclusive terror entre sus pares; tanto por su contextura física como por la capacidad de lucha que había adquirido a través de tantos años de vida marginal. Pero el paco modifico sustancialmente esto. El paco lo submarginó, ya que su status quo estaba en la marginalidad, y el paco lo hizo descender en su escala social. Este descenso se dio por la perdida de lo que lo había convertido en líder entre sus parias; su físico y su capacidad de combate; dado que a los pocos meses de consumo su cuerpo pasó de ser voluptuoso, ha ser un cuerpo atrofiado.
Las transformaciones fisonómicas hicieron que perdiera su fuente de ingresos, las salideras; por no encontrarse ni física ni mentalmente apto para dicha tarea. La plata para satisfacer su adicción comenzó a obtenerla de los comercios de la zona y de sus amigos. Al poco tiempo ya nadie le prestaba más dinero; fue en ese momento cuando ingreso en la etapa que se conoce como “fisura”. Por esta etapa pasan todos los adictos al paco, la misma consta de transar todos los objetos que se encuentran a disposición por droga. Literalmente vació su casa. “El gordo esta destruido, fisuró el Kohinoor” comentaba uno de sus ex compañeros de andanzas, el “Tutumba”. Su casa también sufrió el ataque de su adicción, primero como lugar de refugio y lugar de consumo de pasta base para el grupo de paqueros del barrio (unos treinta). El ambiente allí era muy oscuro ya que constantemente se perpetraban hechos de violencia a raíz del paco. Fue en una de esas peleas en que un grupo de vendedores de paco le prendiera fuego la casa.
Luego de ese episodio, y porque corría peligro su vida, el “Gordo” Darío huyó de Parque Patricios. Pero no para siempre, en el año 2004 regresó. A los pocos días reincidió en el consumo de pasta base. Es en esa etapa donde toco fondo. Su adicción lo llevo a vivir en la calle, allí con otros “paqueros” cuidaba los autos estacionados en la sede de Huracán a cambio de unas monedas que convertía en pipazos. Ese ritmo de vida duro pocos meses, ya que en noviembre de ese año sufrió un paro cardiaco en medio la calle que le produjo la muerte instantánea.
Este caso demuestra cabalmente la hipótesis con que comencé este ensayo. El paco o pasta base de cocaína destruye a las clases bajas. En el caso del “gordo” Darío, vemos como una persona que ya se encontraba afuera del sistema pudo ser excluido de ese mismo campo de exclusión en que se encontraba. En el caso de consumo de paco de las villas también crea subgrupos sociales, crea el subgrupo de los “paqueros”, grupo que ya forma parte del paisaje social de las villas.
El paco mata, sino mata deja secuelas en los consumidores que les va a dificultar, aún más, la inserción al sistema social de producción. Y eso es lo que realmente se buscó. Que los que no pueden participar del sistema (por que el sistema no los necesita) no lo puedan hacer por fallas materiales inobjetables que ellos tengan. Las huellas que deja el paco, cuando no logran la muerte del individuo, operan como las pruebas necesarias que tiene el sistema para separar, marcar y excluir a los seres que, ideológicamente, no ven como sus pares. Dando claras muestras que las clases dominantes se construyen así mismas mediante la soberbia, siendo esta su soporte ideológico más poderoso.

Leandro Gabriele